Esencia y ritual
"Me gusta la navidad" "No me gusta la navidad". Ambas afirmaciones pueden coexistir en un mismo sujeto. A uno puede gustarle un ritual pero no su esencia y fundamento. O gustarle la esencia y fundamento pero rechazar el ritual. En otras palabras, yo soy agnóstica y no celebro la navidad, pero si de Ismael Rivera y tamales se trata, eso ya es otra cosa. El sincretismo, al fin y al cabo, también es una forma de supervivencia. Dudo que encuentres una anticlerical que cuide con más afecto su colección de tarjetas de felicitaciones navideñas; porque yo no creo en dios, pero creo en los que me quieren y me han querido.
Presupuesto
La madrugada del 25 de diciembre cuando ya se habían aquietado los cohetes, puse una silla en mi balcón a oscuras y me senté a la turca a respirar y a contemplar en el horizonte, los pocos árboles y los edificios. En el glamoroso balcón contiguo, mi vecino todavía encorbatado se asoma con una copa de champán y al verme sola en mi oscuridad me mira con compasión. Nunca me ha hablado pero le ví asomar una media sonrisa de lástima hacia mí. Habrá pensado: "Pobre mujer, no tiene nada para navidad". Su presencia era tan fuerte que no pude seguir con mi yoga y le ofrecí una media sonrisa de lástima hacia él mientras pensaba: "Pobre tipo, toda la fortuna que se ha gastado y Jesús ni siquiera nació en diciembre".
La puerta
Recuerdo cuando en mi infancia una vecina o el cartero tocaban a la puerta y te traían tarjetas y postales de navidad. La familia no se quién se acordó de la tuya y te mandaba su tarjeta con los mejores deseos de la familia tal. Si una familia que conocía a la tuya estaba repartiendo tarjetas y a tu casa no le entregaban era como estar malditos. Señal de prestigio pues, era poder clavar en tu puerta toda la colección de tarjetas; era la prueba de que eras apreciado o al menos reconocido. Son de esos rituales que ya no volverán porque con las tarjetas de internet esa espera y esa emoción no existen. Tampoco la puerta destrozada a tachuelazos.
Navidad y muerte
Con motivo de la Navidad, los niveles de producción, consumo, derroche y las toneladas de comida que va a parar a los basureros son una burla al hambre, la pobreza y la injusticia que padece la mitad del mundo. Si se cuantificase el acaparamiento de recursos monetarios, alimentarios y energéticos versus los platos vacíos del mundo solo por este mes, no me extrañaría que alcanzáramos las más altas dimensiones de un genocidio.
"Me gusta la navidad" "No me gusta la navidad". Ambas afirmaciones pueden coexistir en un mismo sujeto. A uno puede gustarle un ritual pero no su esencia y fundamento. O gustarle la esencia y fundamento pero rechazar el ritual. En otras palabras, yo soy agnóstica y no celebro la navidad, pero si de Ismael Rivera y tamales se trata, eso ya es otra cosa. El sincretismo, al fin y al cabo, también es una forma de supervivencia. Dudo que encuentres una anticlerical que cuide con más afecto su colección de tarjetas de felicitaciones navideñas; porque yo no creo en dios, pero creo en los que me quieren y me han querido.
La madrugada del 25 de diciembre cuando ya se habían aquietado los cohetes, puse una silla en mi balcón a oscuras y me senté a la turca a respirar y a contemplar en el horizonte, los pocos árboles y los edificios. En el glamoroso balcón contiguo, mi vecino todavía encorbatado se asoma con una copa de champán y al verme sola en mi oscuridad me mira con compasión. Nunca me ha hablado pero le ví asomar una media sonrisa de lástima hacia mí. Habrá pensado: "Pobre mujer, no tiene nada para navidad". Su presencia era tan fuerte que no pude seguir con mi yoga y le ofrecí una media sonrisa de lástima hacia él mientras pensaba: "Pobre tipo, toda la fortuna que se ha gastado y Jesús ni siquiera nació en diciembre".
La puerta
Recuerdo cuando en mi infancia una vecina o el cartero tocaban a la puerta y te traían tarjetas y postales de navidad. La familia no se quién se acordó de la tuya y te mandaba su tarjeta con los mejores deseos de la familia tal. Si una familia que conocía a la tuya estaba repartiendo tarjetas y a tu casa no le entregaban era como estar malditos. Señal de prestigio pues, era poder clavar en tu puerta toda la colección de tarjetas; era la prueba de que eras apreciado o al menos reconocido. Son de esos rituales que ya no volverán porque con las tarjetas de internet esa espera y esa emoción no existen. Tampoco la puerta destrozada a tachuelazos.
Navidad y muerte
Con motivo de la Navidad, los niveles de producción, consumo, derroche y las toneladas de comida que va a parar a los basureros son una burla al hambre, la pobreza y la injusticia que padece la mitad del mundo. Si se cuantificase el acaparamiento de recursos monetarios, alimentarios y energéticos versus los platos vacíos del mundo solo por este mes, no me extrañaría que alcanzáramos las más altas dimensiones de un genocidio.