11/09/2017

Migrar en invierno

Nuestra Señora de Croacia, decía en el frontispicio. Verifiqué la dirección que traía anotada; no había error. Me quise ir en cuanto ví que se trataba de una iglesia pero hacía frío y ya había gastado dinero y energías para llegar ahí. 
--Tal vez hasta tengan café y chocolate caliente -pensé para animarme. 
En todo caso, eran los únicos que estaban ofreciendo cursos gratuitos de perfeccionamiento de inglés sin importar el estatus migratorio y sin hacer preguntas.

--Pero qué clase de inglés me podría ayudar a perfeccionar esta gente? -me pregunté al entrar.
Había café y chocolate caliente. Me alegré mucho. Migrar al frío sin dinero, sin esperanza alguna y en pleno invierno, reduce notablemente las expectativas y todo se limita a lo básico. Me senté en una banca sin saber todavía si me iban a pulir el inglés, a catequizar o a reclutar para una nueva guerra. Éramos pocos, así que volví a servirme chocolate mientras los encargados discutían alguna cosa entre ellos en croata. Quise volver a dudar de la potencialidad del curso pero me prometí no juzgar más a priori.
Hoy, después de 8 meses, puedo comprobar que ese curso no me ayudó a perfeccionar casi nada mi inglés. Pero aprendí croata y hasta me ofrecieron un empleo. En realidad me ofrecieron tres: dos trabajos intelectuales y uno manual. Por supuesto que me aseguré de tomar el tercero. Consiste en lavar la loza de un restaurante pequeño, sola en un rincón de ventanita redonda como las de los barcos y con la que se puede alucinar que del otro lado está el Mediterráneo. Desde una silla, me supervisa una abuela croata que por ratos despierta de su siesta. Le hago alguna pregunta en su lengua y ella se desata a contarme sus memorias. 

--Es cierto todo eso? -le pregunto de cuando en cuando.
--Claro que es cierto! -riposta ella.

En verdad le entiendo la mitad de lo que me dice y a la otra mitad le asiento con la cabeza. Después se aburre y calla por horas y otra vez me quedo a solas con este trabajo que siempre soñé, con mis manos haciendo pompas de jabón y la visita intermitente de aquella abuela del más allá, mientras vuelo por ciudades, fábricas, trenes, escuelas, bosques, mares y caminos. Por fin puedo escribir.