11/24/2019

La más lista

En la sede del partido trabajaba una compañera que se había hecho la fama de no ser muy aplicada en el trabajo y, en general, los jefes no le asignaban mayores deberes, porque la tomaban por poco lista. Y así, mientras las otras tres asistentes vivíamos ahogadas de tareas, ella tamborileaba los dedos sobre el escritorio, daba vueltas en la silla giratoria y de vez en cuando nos contaba alguna novedad política; papel que valorábamos altamente, aun cuando no levantáramos la vista.
Un día, el Secretario General entró con un abogado asesor, Coronel retirado de las extintas Fuerzas de Defensa, indicándonos que éste se sumaría al equipo, y nos conminaba a darle una buena acogida, cosa que desobedecimos, al menos al principio. Y cada vez que el hombre nos pedía apoyo en una tarea, alegábamos estar ocupadas, incluso la que se limaba las uñas.
Una vez el tipo entra y nos pregunta quién le puede pasar en limpio una nota. La jefa de las asistentes ejecutivas lo miró con la arrogancia suficiente para recordarle que ella solo atendía al Secretario General. Yo iba a ofrecerme por pena, pero la supervisora me metió un codazo y tuve que alegar exceso de tareas, que tampoco era mentira. ¿Y tú?, le preguntó a la segunda. Yo estoy con lo de los delegados, se defendió. ¿Y tú?, le preguntó a la tercera. Yo estoy trabajando la correspondencia, dijo. ¿Y tú, muy ocupada?, le preguntó sarcástico a la que miraba el techo. Yo estoy con esto, dijo ella abriendo rápidamente un folder vacío.

El Coronel por primera vez en un mes, se veía sacado de quicio, dio una media vuelta perfecta con taconeo y salió de la oficina sin despedirse, dejando un ligero portazo tras de sí. Entonces la vagota, que en ese momento cerraba el folder y se estiraba para ponerse a girar en la silla, lanzó la frase fatídica: «El coronel no tiene quien le escriba».
Y nos reímos hasta el llanto como por tres días seguidos. Pero cuando la risa se me fue agotando, fue que caí en cuenta que en verdad la supuesta tonta era la más lista de todas.