11/24/2019

El vaticinio

Así como eran nuestras vidas de comunes y comunales, así fue la leída de manos que nos dio el brujo peruano a las mujeres de la ‎5-36, a viva voz y sesión abierta. Las vecinas me acariciaron el hombro con lástima cuando el brujo, asomado a la palma de mi mano, anunció que yo jamás me casaría. Pero mire aquí, decía él, mire cómo la pretenden los hombres y usted los barre a manotazos como a moscas; prefiere estar sola que mal acompañada. Y vea esto, dijo señalando otra parte de mi mano: usted está condenada. Pobre, dijo una de las vecinas. Está condenada a viajar, aclaró él, mire cuántos viajes. Pero como yo no había ido ni a Chiriquí, las vecinas comenzaron a perderle confianza. Y miren esto, señoras: ¡Dinero! Esta niña va a amasar una buena fortuna. Allí las mujeres ya se fueron dispersando, muy claras en que yo no tenía ni para el pasaje. Qué estafador, murmuró una. Está inventando, dijo la otra. Mientras yo me inclinaba sobre mi mano en busca de los signos, pero no había más que microbios y la punta de un lápiz Mongol N°2 mal enterrada.
En estas cosas pensé hoy que me llamaron para proponerme mi próximo destino. Es una ciudad codiciada, pero eso me da de lado. Preferiría que me mandaran al Perú, solo para buscar al brujo que me leyó la mano a los 17 años, y cogerlo por el pescuezo hasta que me dijera dónde está mi plata.