Febrero, 2014.
Pronto será día de enamorados. Como cierto sujeto por fin ya no está en nuestras vidas, respiraré aliviada porque el año
pasado no disfruté nada de la cena con ese gentío en el
restaurante jurando amor eterno. Al volver a casa, vomité.
Algo me afectó y sospecho que fue la factura de $100 dólares.
Este año será lindo. Mi hija Ambar y yo haremos pasta a nuestro gusto y sacaremos la mesita para cenar en el balcón.
Si
la brisa es muy fuerte un bocado de espagueti saldrá volando antes de llegar a
mi boca; lo he visto en Los Tres Chiflados pero con una ráfaga de abanico.
Luego me quedaré viendo lejos y me
preguntaré cómo estará eso en la terminal de transportes con todos esos
muchachos del Panamá mestizo y mulato llevando el invariable osito de peluche blanco
con corazón rojo de encajes que dice I love you; y en los ojos, el brillo de la
ilusión.
Olvidando que el osito es un mandato del mercado, por un momento amaré
"lo popular".
Brindaremos con ese vino raro que compré solo porque
quiero la botella para florero.
El pequeño Kola nos preguntará qué estamos tomando y,
en un acto de autoritarismo, le diré una mentira verdadera: es un remedio.
Luego
de acostarle, nos sentaremos a ver El Padrino y una vez más me quedaré dormida
mientras acribillan a Sonny.