11/27/2019

1976

Por mucho tiempo pensé que había nacido en el lugar y momento equivocado, pero ahora creo que nací justo a tiempo porque en 1976 estaba de moda esa canción "Sereno es", del italiano Drupi, y la tarde de la desgracia, mi abuela picaba huesos de res en la cocina mientras escuchaba esa canción. Cuando tarareaba 🎵Sereno es en la cama estar un poco más, mientras tú en la cocina estás...🎵, mi abuela se preguntó por qué la niña todavía no se reanimaba si le había estado dando la medicina. Sin sacarse el delantal ensangrentado, se lavó las manos, se aproximó a tocarme y descubrió que yo estaba muerta. Muerta con solo dos años de edad. El grito estremeció la calle. 
En eso venía llegando su esposo, a quien llamábamos Papá Emilio. Era asistente del patólogo forense, así que me tomó el pulso. Enseguida leyó la dosis indicada en el frasco y le preguntó a mi abuela cómo me la había estado administrando.
- Como me lo encargó Elba esta mañana --dijo mi abuela--, cada dos horas.
- ¡Animal, la mataste! --gritó Emilio. ¡Era cada doce horas, no dos!
Papá Emilio me cogió en brazos rumbo al hospital junto con mi tía que también venía llegando en ese momento. Y mientras en el hospital de la Caja de Seguro Social me revivían y lavaban el estómago, mi abuela, que se había quedado en mitad de la sala con los ojos vacíos, bajó las escaleras y caminó hasta el DENI que quedaba a dos cuadras de casa, para entregarse a la policía. Al verla el director, que casualmente era primo de su esposo, le salió al paso:
- Por Dios, Fula, ¿tú qué haces aquí? --dijo sin quitar los ojos del delantal ensangrentado.
- Acabo de matar a mi nieta --gimió mi abuela devastada, y se lo contó todo.
Pero como el director se negó a detenerla, ella misma se metió en una celda vacía y cerró la reja, dispuesta a pagar condena. Y no quiso salir de allí aun al alba cuando Emilio fue a pedirle perdón por haberla ofendido.
- Por favor, la niña se salvó y está preguntando por ti --le suplicó una vez más. Y la puerta de la celda se abrió.
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43 años después viajo de noche en un autobús hacia la ciudad de Santiago. El melancólico chofer pone esa canción y mi mente vuela como aquel pájaro de Borges que vuela hacia atrás “porque no le importa adónde va, sino dónde estuvo”.