6/10/2020

Doblando la esquina

Hace frío. Es el tercer día que despierto a las 4 de la mañana desde que regresé a mi país de origen. Este pueblo, ardiente en el día, se vuelve muy frío después de la medianoche. No es como el frío del invierno de Toronto, pero sí como esas mañanas traicioneras de inicios de primavera, que te toman desprevenida con las brisas heladas del lago Ontario.

Me ajusto una pañoleta al cuello y aprieto los dedos adoloridos en el bolsillo de la chaqueta. Mi marido camina 4 o 5 metros delante de mí. Detrás, viendo la punta de mis botas, voy recitando Ñatore may, "que en pos de su hombre adusto marcha con lento andar". Cavilo me hiere que ya no tome mi mano como prometió. Caigo en cuenta de que mis dedos no duelen de frío sino de soledad. O tal vez solo sea artritis.

A lo largo de la avenida, una reparación de la calle avanza. Un trabajador de casco y chaleco que da instrucciones a los otros, me ve pasar y se aproxima un poco. Me pongo arisca, pero solo me dice lo que dice cualquiera que quiere ser amigable por un momento:

-- Hace frío, eh!
Qué bonito. Se parece a Robert Redford, un actor que le gustaba a mi madre...
-- Oh, sí, hace frío. --atino a responder.

El Redford camina a mi lado y me conversa, se dirige a la estación de trabajos de la otra cuadra. El viento no me deja escuchar todo lo que dice pero como me siento miserable, agradezco la compañía y casi quiero aferrar su mano. Hasta río de un chiste que apenas entiendo. Por ratos me mira, pero solo porque soy una novedad. Mi marido no se da cuenta de que llevo un trecho acompañada.

Pero en la esquina nos aguarda el semáforo y le aviso que ya no cruzo, que debo girar a la izquierda. 

-- Oh, claro, que tengas lindo día.  ---responde con la sonrisa rota del que no vio la derrota venir. 

Yo, en cambio, me despido alegre porque a los 43 años he quebrado la regla #1: Nunca hables con extraños.

Redford todavía me dice adiós con la mano, cuando corro un poco para alcanzar a mi marido y hacerle una amenaza:

-- Oye, Terry, un día de estos, no voy a doblar esa esquina!.

Terry mira hacia la esquina sin comprender. Y la gente que tenía voz y rostro ahora se  ha diluido en el semáforo, y en las sombras de mi habitación 5 mil millas al Sur en este pueblo calcinante pero de madrugadas heladas y traicioneras como las brisas del Lago Ontario.